El examen

Quedan 15 minutos para acabar la clase.
Seis alumnos apestan a gripe.
Uno ha sonreído
Y otro se ha encontrado, por fin,
con la chuleta salvadora.

De cuando en cuando,
me levanto.
Doy vueltas por una clase
casi en silencio.

Se oyen las toses secas,
se apagan las gotas
mientras nieva ligeramente en el patio.

Va a sonar la sirena.
Marta se ha quedado en blanco.
Javier difumina sus grises con una sonrisa.
Elisa aspira fuerte, está tranquila,
hoy, pudiera ser, lo sabe.
Andrea no ha estudiado.
Blanca sí.
Los demás imploran cinco minutos
de gracia.

Como quien se sabe en el patíbulo
las caras no mienten.
En el fondo todo da igual.
Lo saben.
Volverán a sus mensajes,
a sus tutoriales narrados
por sudamericanos con demasiado tiempo libre.

Sus padres echarán la culpa al sistema,
los partidos de la oposición también.
La hipocresía sindical,
a la falta de su mercado de formación,
continua.

Buscarán todos la responsabilidad en el ojo ajeno.

Suena el timbre.
Recojo los exámenes.
Me tomo un ibuprofeno.
Vuelvo a mi casa.
Allí donde seguirán,
sin hacer caso a mis clases,
a la educación sin ambages.
Seguirán mis hijos con sus tablets,
su móvil
y sus tutoriales de mierda.

Y cuando no haya nada que decir,
echaremos la culpa al sistema.

Y yo asentiré con la cabeza,
mientras me como el primer plato,
y descubro,
por la ventana,
que ya hace mucho rato que ha dejado de nevar.




Víctor Guiu

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