Mi
abuela era la típica señora mayor que vive en un pueblo de no mas de 100
habitantes con sus gallinas, sus cabras y sus gatos. Siempre llevaba su bata de
flores con sus alpargatas marrones y su gayata. Tenía la piel morena y arrugada
como la de las señoras que llevan toda la vida trabajando en el campo. Era muy
vieja y se había casado dos veces, sus dos maridos habían muerto ya hace
tiempo.
Un día la yaya empezó a darse cuenta de que ella también moriría pronto
y con ese pensamiento en la cabeza se tiró en su sillón y se pasó horas delante
de la tele esperando a la muerte. Al rato le empezó a entrar hambre y decidió ir
a la panadería del pueblo a comprar pastelitos. Así por lo menos moriré con la
tripa llena, pensó mientras salía de su casa, aunque en realidad eso de esperar
a la muerte es muy aburrido.
Iba pensando en esto cuando de repente se encontró
con un cartel fosforito en el que podía leerse: CURSOS DE INFORMÁTICA Y NUEVAS
TECNOLOGÍAS PARA TODAS LAS EDADES. Menos mal que las letras eran bien grandes
porque si no mi abuela habría pasado de largo sin fijarse. El caso es que
decidió apuntarse al curso, primero, porque era gratis y segundo porque pasaba
mucho de seguir haciendo de cojín en su casa. La única condición que había para
apuntarse era traer tu propio ordenador así que me lo pidió a mí. El primer día
del curso mi yaya se puso su ropa de los domingos, se peinó su pelo blanco y
rizado, cogió la bolsa de Hello Kitty en la que guardaba mi ordenador y se fue
a la sala multiusos del bar donde se impartía el curso.
Cuando
fuimos a visitarla una semana después nos enseñó toda orgullosa su correo
electrónico y como manejaba el Power Point y el Word. Al final resultó que a la
yaya le gustaban las nuevas tecnologías y se le daban realmente bien. Unos días
más tarde descubrió los memes y se pasó horas riéndose delante de la pantalla.
Después de un mes de clase mi abuela tenía cuentas en más redes sociales que
cualquier adolescente: Facebook, tweeter, Instagram, Watt-pad, Ticktock,
Pinterest,... y entonces llego YouTube. Fue entonces cuando me di cuenta de que
nunca recuperaría mi ordenador. La yaya buscó canciones de su época y videos de
recetas de cocina aunque los que más le gustaban eran los videos de “si te ríes
pierdes”. Creerme, siempre perdía. Un día me preguntó:
- Oye, hija, cómo se suben vídeos al cacharro ese… ¿como
se llamaba?… ¿yutuf?
- ¿YouTube?
- Sí, eso. ¿Cómo pasan los vídeos ahí dentro?
- No lo sé, pero podemos probar. - le dije.
Y probamos. Cuando mi abuela fue a clase a la semana
siguiente le preguntó a la profesora si podía enseñarle a editar vídeos a lo
cual la chica contestó que sí. Ese mismo mes la yaya colgó en su canal de
YouTube su primer vídeo en el cual explicaba como hacer torrijas y una semana
después ya tenía más seguidores en sus redes sociales de los que yo tendré
jamás. Mes a mes fue colgando sus vídeos de recetas y ganando popularidad. Si comerlo ni beberlo la yaya se convirtió en una influencer.
Carmen Vidal Anglés
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