Érase una vez en un reino muy muy lejano, cerca de las
montañas, vivía un rey solitario. Llevaba solo muchos años porque se había
peleado con su único hermano y nunca se había casado ni tenido hijos. El rey
gozaba de una vida feliz y tranquila. Todas las mañanas paseaba por sus
jardines y su pueblo, por las tardes se ocupaba de los asuntos reales y jugaba
al solitario, y por las noches se tumbaba en su cama a leer un buen libro y
descansaba para afrontar un nuevo día.
Sin embargo el rey consideraba que le faltaba algo,
notaba un vacío en su corazón que no podía llenar. Se le ocurrió que la
solución a su problema estaba en los libros, pues un consejero suyo le había
dicho que cuando leía libros, estos lo transportaban a otro mundo y era muy
feliz. Así que el rey se puso a ello, ahora ya no paseaba ni jugaba al
solitario, se pasaba todo el día entre los libros de su biblioteca, que era
gigante. Pero al final llegó un día que se acabó todos los libros de la
biblioteca y no había encontrado la historia que estaba buscando.
El rey no podía creer que no hubiera escrita una historia
perfecta. Y ahí se le volvió a ocurrir otra idea, a lo mejor la historia
perfecta para él aún no había sido escrita. Enseguida se puso manos a la obra,
mandó a sus consejeros que difundieran la noticia por todo el reino, aquel que
escribiera el cuento perfecto para el rey sería generosamente recompensado.
No pasó ni un día y el rey se llenó de cuentos para leer.
Además la noticia se difundió por otros reinos, así que le llegaban relatos de
todas partes. El rey se sumió en un no parar de leer, se encontró de todo,
desde cuentos de hadas, hasta cuentos de amor. Historias de caballeros, de
guerra, de dragones, de aventuras. Unas historias le encantaron y otras no las
pudo terminar, pero no logró encontrar un cuento que completara su corazón. Al
final los cuentos dejaron de llegar y el rey se rindió en su búsqueda, nunca se
sentiría completo.
Pero un día, cuando menos esperaba encontró un pergamino
en su cama, era la última historia, la que no había leído. El rey se animó y
leyó sus palabras. El cuento hablaba de un rey que se había peleado con su
hermano, hacía años que no hablaban y ninguno podía encontrar la felicidad. El
mismo rey se volvía loco buscando historias, sin saber que lo único que
necesitaba era amor. Al final del relato
había unas palabras que impactaron al rey, “las historias y las palabras pueden
ser maravillosas, pero solo te completan si tienes a alguien con quien compartirlas”.
El rey tenía lágrimas en los ojos, aquel cuento le recordó a su hermano.
Llamaron a la puerta y cuando el rey fue a abrir se
encontró a su hermano en el umbral. Sin decir palabra ambos se fundieron en un
abrazó y así sin más, el corazón del rey solitario se completó.
Lucía Muniesa
Comentarios
Publicar un comentario