FAIRYTALE



En la corte del rey todo el mundo bailaba, bueno, todos menos los humanos, nosotros no lo hacíamos porque era muy peligroso, podías quedarte atrapado bailando toda la vida si alguien no te sacaba del círculo.  Aún así era un espectáculo digno de ver. Había todo tipo de criaturas, hadas, duendes, trasgos, ninfas, selkies, trols y mezclas de todos ellos, pero lo más hermoso de todo eran los fae. Estos seres feéricos de gran majestuosidad, con las orejas puntiagudas, que te podías quedar horas contemplándolos sin aburrirte. Tenían pieles de todos los colores, algunos con rasgos animales, otros con alas y unos pocos hasta con cola.
Las prendas que llevaban eran espléndidas, largos vestidos con bordados de oro, chaquetas de plumas de cuervo, camisas de seda, joyas muy pesadas y tocados extravagantes. Cada uno vestía sus mejores galas en este salón amplio y de altas paredes doradas con ramas. Mi hermana y yo tampoco nos quedábamos cortas, nos habían confeccionado unos magníficos vestidos, porque a pesar de ser humanas, queríamos encajar en ese mundo que nos detestaba.

Sabíamos que las hadas eran crueles, no podían mentir pero buscaban otras formas de hacerte daño, aún así estábamos fascinadas por ellas. No habíamos visto hasta donde podían llegar por pura diversión, así que éramos muy inocentes. Mi hermana estaba deseosa por bailar, pero yo no le dejaba, la última vez me costó mucho arrastrarla fuera del círculo a mi sola y no quería volver a correr ese riesgo.

Una figura se acercó a nosotras, era uno de los tres hijos del rey, con el cabello y los ojos negros, quería bailar con mi hermana, tenía una voz dulce que te encandilaba y un rostro muy bello. Me preguntó si me importaba, le dije que no. ¿Cómo podría negarle algo a tal criatura? Además iba a hacer el deseo de mi hermana realidad, no le iba a pasar nada malo. El príncipe era tan maravilloso que no me acordaba de por qué pensaba que las hadas eran malvadas.

Dejé ir a mi hermana y me alegré de verla feliz, entonces el príncipe hizo un gesto para que yo también me uniera, no estaba segura, pero con su sonrisa me acabó de convencer. Seguro que él cuidaba de nosotras. Me uní al círculo y empecé a bailar.

No sabía cuánto tiempo llevaba bailando, parecían horas y estaba cansada, solo quería irme de allí, pero descubrí que no podía salir del círculo. Miré al príncipe, su sonrisa ya no era agradable, ahora tenía una más agresiva y un rostro cruel, no sabía cómo había podido parecerme bello antes. Me di cuenta de que había cometido un error, pero ya era tarde, estábamos atrapadas.

Esa noche descubrí toda la crueldad de las hadas y como pueden volver aquello que más deseas en tu contra.





Lucía Muniesa

Comentarios