Solo corro. No me importa la dirección ni el lugar, voy
girando a izquierda y a derecha sin importar el sentido que puedan tener mis
acciones.
Corro durante otros cinco minutos, pero llego a una grieta.
No sé la caída que tendrá eso, pero apuesto a que son más de diez metros y
además son otros dos o tres de ancho. No me lo planteo, salto. Llego a la otra
orilla, ruedo al caer. Me levanto y sigo corriendo. No noto el cansancio ni la
fatiga por el esfuerzo físico que estoy haciendo. Seguramente habré rozado el
fallo muscular en más de un momento.
Por desgracia llego a una pared infranqueable. Ahora sí que
estoy asustado, noto que mi perseguir está muy cerca y no puedo hacer nada. De
repente ya no me siento tan invencible.
Intento en vano escalar la pared, pero es totalmente lisa y
sin asidero alguno. Esta situación es más penosa que un alumno pidiendo que le
suban la nota.
Lamentablemente, sé que mi momento ha llegado, se que me ha
alcanzado. Vuelvo a intentar en vano trepar. Pero finalmente sucede. Suena mi
despertador y de ir al instituto.
J.Saavedra
Comentarios
Publicar un comentario